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jueves, 22 de marzo de 2012

MUJERES: UN VALOR DE ESTABILIDAD EN EL MEDIO RURAL

La segadora, Millet, 1857
Si existe un fenómeno social interesante y claramente expresivo de la importante transformación de la sociedad rural tradicional es el aumento de la masculinización de la población en el medio rural: existe una correspondencia directa y clara entre los procesos de despoblación y el porcentaje de mujeres en ese territorio. En los casos en los que la actividad económica es evidente y se goza de un mejor acceso a los servicios o donde la población se mantiene o aumenta, el porcentaje de mujeres suele ser alto, equilibrado con el de los hombres, o sea, que suele acercarse al 50% e incluso superarlo. Aunque las cifras aún queden lejos de posturas extremas, los datos que aporta la comarca Saja Nansa son son una verdadera ejemplar de ese tipo de circunstancias. Analizarlo podría aportarnos nuevas claves para entender mejor la coyuntura de nuestro territorio y, por tanto, estar un poco más cerca de las soluciones que demanda.
En una sencilla revisión de los datos podemos encontrar un lento proceso que ha marcado diferentes etapas. Si bien en los años 50-60, con la llegada de la industrialización generalizada al país, supuso una migración de hombres hacia los espacios urbano-industriales del ámbito nacional y europeo con la consiguiente feminización de la población rural, no tardó en desacelerarse esa tendencia hasta llegar al escenario contrario de un mayor abandono de los pueblos por parte de las mujeres.
Este proceso mantiene una vigencia ejemplar en nuestro territorio comarcal, cumpliendo en todos los casos la lógica del fenómeno.

(puedes ver la tabla en mejor definición clickando en la imagen)

La comarca, como ya comentamos en otra ocasión, crece durante la última década, y lo hace en mayor proporción en el género femenino: mientras que la población masculina crece en 341 individuos entre 2001 y 2011, las mujeres suman 461. Se cumple por tanto la fórmula de que mejora la población = mejora el porcentaje femenino.
En el análisis municipal esta fórmula se convierte en una verdadera constante. Sólo hay un municipio en el que haya mayor número de mujeres que de hombres, Cabezón de la Sal, con un 51%, y cumple plenamente la lógica por tratarse del municipio que más población absorbe y uno de los más importantes núcleos económicos y de servicios del territorio.
En el otro extremo se encuentra Tudanca, con el porcentaje de mujeres más bajo, apenas supera un 30 %, y uno de los casos más delicados del territorio en los procesos de descenso de la población e inactividad socioeconómica. Si tomamos como referencia alguno de los municipios que muestran en los últimos años un mayor crecimiento de población, como Mazcuerras o Val de San Vicente, o aquellos que tienen mejor accesibilidad a los servicios como San Vicente de la Barquera, vemos que, de nuevo, muestran los más equilibrados porcentajes de mujeres y hombres, y que además, han reaccionado hacia el ascenso en los últimos años.
Si buscamos entre los expertos algunas explicaciones para este fenómeno encontramos la descripción de escenarios que nos son fácilmente reconocibles. La sociedad y la economía rural tradicional basa su estructura principal en el desarrollo agrario, y éste a su vez está determinado por la titularidad de la tierra y por los avances sufridos en el último periodo histórico con la permanente modernización de los medios de explotación. En este contexto el protagonismo es contundentemente masculino, dejando a la mujer un papel secundario reducido a las labores menos reconocidas de mantenimiento del hogar y la familia. Éste es el motivo de que los hombres permanezcan mucho más en sus pueblos de nacimiento, mientras que son las mujeres las que terminan trasladándose al pueblo de la pareja o el marido.
También existe una causa relacionada con el ámbito educativo. Mientras que el hombre joven tiende a abandonar los estudios porque queda prematuramente ligado a la explotación y se le plantea la responsabilidad de su continuidad, el papel de “ayuda familiar” de la mujer joven (que ya cuenta con el sacrificio de las madres) les supone, en muchos casos, alargar más que los chicos su proceso formativo, con el objetivo de buscar un futuro fuera del medio familiar. El distanciamiento durante su proceso de formación y la prematura incorporación al mercado de trabajo, puede suponer una desvalorización de lo agrario y rural, lo que conlleva una mayor predisposición migratoria hacia los pueblos más grandes o el medio urbano, y termina apareciendo en su imaginario como la única alternativa que le permite superar el papel desestimable del modelo tradicional.
Otro aspecto que corre en favor de la marcha de muchas mujeres del medio rural en edad joven, entre los 20 y 30 años, es su especial valorización de aquellos lugares que presentan  mejores instalaciones sanitarias, educativas o culturales.
No es de extrañar, por tanto, que en cualquier planteamiento de desarrollo rural sea especialmente sensible al ámbito de las mujeres, no sólo por mejorar y compensar una situación social que arrastra la inercia histórica, sino porque premiar la inclusión de la mujer en un nuevo concepto rural supone sentar las bases para una situación más estable de la población.

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